martes, 28 de junio de 2011

LAS TRES GRAGEAS ( CUENTO RELISTA-PROSA PROPIAMIENTE LIRICA Y PROSA PROPIAMENTE DICHA)

El parque sombrío apenas se veía a través de las ventanas. Las cortinas tapaban algo la visión. Los vidrios empañados eran caminados por las gotas que caían sin parar.
                   De pie mira. Es de noche. Vestido con su bata azul. Un pañuelo al tono luce en su cuello. Pantuflas abrigadas. Piyama a rayas.
                   Tiene cincuenta años. Pelo prolijamente peinado. Corte perfecto. Solo tiene la barba del día.
                   Adentro el calor de la calefacción envuelve el cuerpo y la mente sofoca la respiración y nubla los pensamientos.
                   Su mirada queda clavada en la humedad formada en los cristales. Imágenes caprichosas simulan el fragor de una batalla.
                   Una gota se desliza, y vencida por la gravedad cae en su mano derecha. La palpa. Percibe al tacto que no parece agua lo que hay allí. Con el índice y el pulgar juntos detecta algo más sólido.  Las lleva a  su nariz. Huele a metálico.
                   Las palmas suavemente se posan sobre la lámina mojada. Traza círculos concéntricos. Desarma las figuras que se desprenden y se corporizan ante sus ojos.
                  Se tapa la cara. No quiere ver.
                   Vuelve a observar la oscuridad del parque. Una bruma en el frio invernal sube. Una nube que lo envuelve el arbolado.  No se distinguen sombras de objetos.
-         - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -- - - - - - - --  -
-          
                   Camina sobre la gramilla verde. Helada la tierra. Barro negro  por doquier.
                   Una campera verde lo cubre del frio de la mañana. Debajo una capucha del mismo color le atempera la gelidez facial.  Su rostro  ventiañero, moreno, de ojos saltones, sin bello. En su pueblo natal nunca ha sentido que el viento le corte su impulso vital.
                   Llueve. Todo es bruma. Las trincheras están abiertas. Llevan tres meses en ese hueco inmundo, lleno de desechos humanos, fluidos y excrementos.
                   Apenas pueden asomar sus cabezas. En la niebla resuenan los cañones y morteros. Lo único que posee es un fusil que no sirve y su casco aboyado. Lo demás son harapos. Han sido abandonados a su suerte y verdad.
                   Las balas dibujan serpenteantes elipses siendo solo perceptibles por el ulular y chasquido cuando agujeran los cacharros para el mate cocido.
                   Por los nubarrones que tapan el sol de la mañana, se entreveran destellos multicolores de los misiles que lanzan los aviones en la bahía. Miran azorados en sus vuelos rasantes por encima de sus humanidades silenciosas.
                   Enfrente estalla en miles de pedazos plateados, grises, plomos, dorados la fragata que estaba por de encallar en la orilla. Semeja fuegos artificiales.
                   Los ruidos son infernales. Se mezclan el rugir de los motores supersónicos, las explosiones en cadenas del buque. Humo negro y blanco que combinado en el toberllino de fragmentos de barcos, municiones, carne humana. Ahuillos de dolor de los hombres que se tiran al mar de fuego que arde por el líquido derramado.
                   Lloran con su compañero. Yace en el piso enlodado del rectángulo de muerte,  José, el pibe de la colimba, que venía de Corrientes junto a él.  Su yelmo muestra el orificio de entrada. La sangre es un hilo que se pierde en la comisura de los dientes apretados.  Se santiguan.
                   Bajan del cielo las bombas que se abren en ramilletes de acero cortados que parten la carne y la pudren. Dejan huecos donde quedan varados los utilitarios que traen pertrechos.
                   Es un infierno que ensordece el alma y enmudecen  los gritos.
                   Pasan las horas en ese enloquecedor escenario de mutilaciones, y de máquinas de la muerte y sin razón.
                   Resuenan a los lejos las metrallas.
                   Abrazados y tapados con una manta mojada y raída, esperan la rendición.
                   Al final no se sabe quién ha ganado Los invade el silencio y el olor nauseabundo de los cadáveres desperdigados .
-         - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

                   —¿Señor Gutierrez que hace parado allí? Le dice Emilia la chica de la noche.
                   —Nada, solo observo hacia afuera. Recuerdos.
                   —Emilia. ¿ Porqué no me revisas la cabeza? Me parece que tengo sangre.
                   —No, es solo transpiración. Hace mucho calor aquí. Ya nos tenemos que ir a acostar. Vamos, le doy sus tres grageas y verá que mañana va a estar bien.
                   —Bueno, ayudame a sacar los borseguíes, el uniforme, y el casquete. El capitán mañana nos quiere limpios, afeitados, y bañados a las seis de la mañana. ¡Ah! y no te olvides de  poner el fusil en la funda, no vaya ser que se salga algún disparo.
                   —Esta bien soldado Gutierrez mañana las Islas Malvinas lo estarán esperando para la defensa. 

 MARIA ESTER CORREA
                  

domingo, 19 de junio de 2011

LOS DONES CUENTO FANTASTICO-MARIA ESTER

LITERATURA FANTASTICA
LOS DONES:

         Era domingo de primavera. Mañana bien temprano. La claridad la había despertado. Se durmieron abrazados.
         Hacía pocos meses que se casaron. Ella esperaba su primer hijo.
         En el departamento estaban  ellos solos.
         En el mes de mayo había hecho realidad su sueño de casarse. Jóvenes ambos.
         Ella alta, delgada, de ojos azules color mar. Cabellos castaños claros, una leve caída le daba elegancia. Era una  bella mujer. Inteligente. Aguda en sus pensamientos.  Dinámica. De familia acomodada, pero de trabajo.
         El un joven apolíneo. Alto. Muy delgado. De ojos celeste verdosos. Cara delgada. Perfil anguloso. Cabellos oscuros peinados a la gomina como se usaba en la década del setenta.  Bigotes.
         Se conocieron en la facultad. Los dos con ideas políticas diferentes. Los tiempos aciagos de los setenta. Las actividades partidarias habían recalado en los claustros universitarios.
         Ellos no eran ajenos a esa realidad. Los separaban sus ideas, más no el cariño. Se enamoraron.
         El casamiento fue la culminación de una novela. Los dos parecían príncipes con un aura de encanto que contagió a  todos aquella noche de embrujo.
         Bailes setentosos. Un clima arábigo, mujeres, hombres con turbantes. Ella tenía sus orígenes en las tierras del Líbano.
         L a pista se había impregnado de una atmósfera oriental.
         La luna de miel en las costas de Chile.
         Los dos tenían que continuar. Ella escribana. El abogado.


         Deja atrás lo vivido. Se levanta. Va a la cocina. Se prepara el desayuno. Café con leche, tostadas con manteca y dulce. Un jugo de naranja. Lleva la mesita y el diario al costado en la canastita.
         Se mete despacio en la cama, para no despertarlo.
         El duerme plácidamente en el costado derecho.  No lo va a despertar nada. La tranquilidad al dormir es su patrimonio.
         De a sorbos comienza a saborear el café. ( Ummmm que rico)-piensa. Se lleva una tostada a la boca, y se pone a leer.
         Una luz en la puerta de la habitación la encandila. No puede ver. Alcanza a darse cuenta que es una figura humana. Una dama.
         Una bella jovencita con corona. Carita de porcelana. Bellos ojos claros como el cielo. Labios diminutos. Cubierta con una capa de color blanco.  Vestido  celeste con brillos dorados.
         En sus manos pequeñas un ánfora de la cual sale destellos luminosos hacia los rincones de la estancia.  
         Se desliza sin siquiera oír sus pasos. Suspendida  detiene su marcha  en la cabecera de la cama, donde está él. Levanta sus manitas, y vuelca el líquido prístino sobre su cabeza.
         Ella se ha quedado petrificada.
         La ve que luego sigilosa, y rápidamente se desvanece. Quedan en el aire destellos plateados.
         A los segundos oye el timbre.
         Es la madre del muchacho. Esta es muy creyente. Ha tenido una vida aciaga. Pérdidas muy importantes. No así ha dejado de hacerlo. Es una persona devota.
         No lo despertó. Quizá él no le creyera. Decidió contárselo a su suegra. Seguro la entendería.
         Le hizo con  lujos de detalle. Se sentaron una al lado de la otra, en unos silloncitos.
         La madre del joven le dijo:
         —¿El agua era clara u oscura?
         —Clara.
         —¿Parecía una virgen?
         —Sí. Me parece que era la Virgen de Luján. Por el atuendo celeste!
         —¿Te dio sensación de paz?
         —Estaba totalmente tranquila. Solo me quedé sin voz. No pude tocarlo siquiera.
         —Para mí esto es un presagio de algo muy bueno. Ha sido un ángel, o algo celestial. El líquido es un don. Más si se claro. Eso significa abundancia. Generosidad. El va a estar destinado a dar mucho durante toda su vida. Hablaba suave. No te asustes esto es un mensaje de luz.

         Hoy han transcurrido casi 40 años de aquello.
         Está en su cuarto. Todo es amplitud y  comodidad.  Lleno de vida. Lo vivido. Lo expresado, es realidad viviente. Concreto. Tangible.  Multiplicados en varios hijos, nietos, nueras, yernos. Una vida fecunda y prodigiosa.
         Los que se han acercado a él han sido tocados por la magia de sus ofrendas. Les llega la prosperidad en signos de abundancia.
         Se habla a sí misma: “ Él ha sido y es un instrumento en la obra Divina de Dios.” Aquello fue verdad.      

                                      MARIA ESTER CORREA

EL COLIBRI-CUENTO FANTASTICO MARIA ESTER CORREA

LITERATURA FANTÁSTICA
EL COLIBRI:

         Laura se balacea en la hamaca. Es rubia, con rulos, su cara redonda, blanca,  ojos azules. Está en el medio del jardín de la casa.
         Está descuidado. Parece un bosque.
         Es sordo muda. Su madre ha clamado al cielo por su curación.
        
         Era una tarde como todas las otras. Se papá llegaba del trabajo. Alborotada salía a saludarlo. Corría por la orilla de la calle, y allí él la levantaba. La llenaba de besos y de abrazos.
         Ese día su padre antes de cruzar es sorprendido por un asaltante que le asesta un tiro justo en su corazón.
         La gente se arremolinó en torno al cuerpo yaciente. Cerró justo los ojos cuando la pequeña se acercó le dice:
         ­—Papá no te vayas.
         Desde ese día no volvió a articular palabras.
        
         Su madre la había llevado a médicos, psicólogos, parapsicólogos. Pero no había quien diera con la solución.
         Así es que por comentarios  sabe que en el monte frondoso va a encontrar a una bruja que curará definitivamente a la niña-.

         Una tarde, desesperada decide ir en búsqueda de la señora. Atraviesa el poblado y se interna en el arbolado, el que se hace cada vez más difícil avanzar. Da con una pequeña viejita encorvada, sin dientes, con una lengua larga de víbora. Ojos lagañosos, verdes, sin pestañas. Piel arrugada, diría centenaria. Vestida con ropa sucia, zaparrastrosa, con un delantal, pollera, una blusa, y una pequeña capa. Sus piernas flacas, huesudas, igual que sus manos. Uñas largas y sucias. Bastón de palo en la mano. Portaba en sus hombros troncos y ramas. Llevaba un pañuelo en su cabeza que se le caía, dejando al desnudo su calvicie.
         Ella no cree en nada. Es una mujer mala. Con un corazón duro. Sin sentimientos. Se ha quedado sola. Una mala mujer.
         No le tiene miedo. Le dice:
         —Vengo porque me han dicho que usted puede curar a mi hija. Voy a hacer todo lo que sea necesario para que ella recupere el habla. Hasta dar mi vida.
         La anciana la mira fijo con los ojos entrecerrados. Su lengua se movía hacia cada de la boca seca mojando los labios. Parecía relamerse.
         Con vos cascada y  milenaria, le dice:
—Solo va a volver a emitir sonido cuando tu alma se llene de luz y amor. Cuando saldes tus deudas con la humanidad.
         Retándola y pegándole con el palo le grita:
         —Págame. Vete ya mismo. Camina sin mirar hacia atrás. No des vuelta sobre tus pasos. Y cuidado a estas horas por acá se aparecen las almas en penas.
         Le dejó la paga y marchó desolada.
         No sabía por dónde comenzar.
         Al salir de la choza donde vive la hechicera se encuentra a un pordiosero que le pide:
         —Señora me puede dar unas monedas que no tengo para comer.
         Allí se percata de todas las veces que había despreciado a esta gentuza. Solo le quedan unos chelines para la comida, le da algunos.
         Sigue caminando, se oyen a lo lejos los aullidos de los lobos, se está haciendo noche oscura, casi no ve.  Traspasa un puente de un arrollo que lleva apenas un hilo de agua.
         En el camino hay una cría que llora de forma desconsolada. Pide por su mamá.
         En otras oportunidades veía estos niños pobres en el vecindario. Les daba la espalda. Los ignoraba, y echaba un insulto.
         Murmura: —¿Cuántas veces hice como si no existieran?
         La toma de la mano y se deja conducir a la casucha donde la deja .
         Ya es noche. Hace frío. La bruma del puerto invade el entorno. No se ven estrellas. La luna está escondida por las nubes. El pequeño farol de gas en la esquina apenas alumbra.
         Está abriendo cuando oye una voz apenas perceptible. Es un hombrecito diminuto. Tiene una giba enorme. La cara llena de pelos y granos. La cabeza con algunos hilos de plata retorcidos. Huele nauseabundo. Da asco. Sus zapatos puntudos, las medias caídas. Un pantalón todo raido apenas le pasa de sus rodillas.  Poco abrigado con un sobretodo lleno de agujeros. Su voz parece salida de una catacumba…. Reverbera.
         —Señooooraaaa me dejaría pasar. Tengoooo muchoooo fríooo y hambre. Estoy cansadooooo y enfermoooooo. Si esta noche me quedo a la interperie seguro me muero.
         Llena de miedo y de dudas lo hace pasar. Piensa ( todo lo hago por ella).
         Le da un guiso sopero que había sobrado del almuerzo. Acomoda una cama que estaba desocupada desde la muerte de su marido.
         Laura está en la sala. Ensimismada. Se está muriendo de soledad.
         ( ¿Cuando sucederá?)

         Todos los días lo mismo. Cada vez tenía que atravesar más y más pruebas.
         Lo iba perdiendo todo. Ya no tenía nada para dar.
         Golpean a su puerta. Allí estaba la anciana.
         —¿Qué quiere? Ya no me queda nada de valor.
         —Si que te queda. Tienes tu corazón. Y eso vengo a buscar. Si quieres que ella viva, me lo tienes que entregar.
         —¿Cuándo lo quieres? ¿Ya?
         —¡No! Mañana justo cuando se produzca el milagro. Para que se cure tú tienes que morir. Yo me llevaré tu tesoro. Volveré a ser joven. Me hicieron una brujería. Lo necesito para volver  a mi juventud.
         Sale en búsqueda de su hermana  a la cual dejará a la pequeña. Con ella también había hecho las paces luego de años de no hablar.

         Laurita se balancea en la hamaca. El sol brilla más que de costumbre.  Sus cabellos rubios ondean con el viento. Aparece un colibrí multicolor. Comienza a revolotear encima. Se marea y cae. Se desmaya. Su madre sale corriendo. Sabe que no va a morir. Recuerda ella moriría, y Laura comenzaría a hablar.  
         La levanta y comienza a sollozar…. No muere….
         Su hermana que hasta ese momento estaba allí, ya no estaba…
         Quedaron en el suelo las ropas todas raídas de la mugrosa, el bastón.
Las ramas que llevara la primera vez que la vio…
         Febo calienta su cara y la de la nena. Ambas ríen y lloran a la vez.
                                                        MARIA ESTER CORREA