domingo, 19 de junio de 2011

LOS TICKETS

CUENTO: LOS TICKETS-MARIA ESTER CORREA
JUEVES: 9 DE JUNIO DE 2011
         La puerta se abre. Ingreso y me acuesto. La luz es tan potente que atraviesa mis pupilas.

         Ya era tarde. El sol se acunaba en el seno de la montaña y me regalaba colores rojos-anaranjados y celestes-azulados y flechas atravesando las nubes.
         Allá arriba la redondez plateada caía con sus rayos en mi cabeza, aturdida de los brillantes colores de la vía láctea. Amarillos, morados, verdes.  Un lienzo multicolor.
         Sobre la briosa serpiente subía y bajaba con frenético retumbar de hierros calientes y rieles acerados.
         La caída libre desde las alturas convertía en un revoltijos de nauseas y descomposturas en el estómago que producía la abrupta caída al vacío.
         El aire en mi cara como ráfaga a punto de arrancar mis orejas. Mi boca en muecas de miles de formas, con la baba que caía por la inercia.
         Lágrimas en mis ojos corriendo la carrera hacia la comisura de mis labios, dibujaban caprichosas formas en mi rostro.
         Agarrada. Mis manos agarrotadas contra el fierro redondo y mi cuerpo chupado hacia atrás por el efecto de la velocidad. Las carnes se movían de  un lado al otro en formas antojadizas.
         El corazón galopaba cual un corcel desbocado a punto de romperse en mil pedazos y estallar en mi pecho que no lo contenía por la mezcla de alegría, terror, angustia, desenfreno.
         Me ahogaba en mi propia risa y alaridos de llantos.  Estos se perdían con el estallido de los fuegos artificiales. Estupefacta trataba de otear las imbrincadas figuras inentendibles ante el mareo del traquetear del carro.       
         La adrenalina invadía cada una de mis células y crispaba mi cuerpo Un escalofrío invasor se apoderaba de mi ser,  a pesar que mi elemento  era una llama.
         La luna se multiplicaba por miles en una línea sin fin que atravesaba mis retinas. Me incandilaba. Quedaba ciega del ruido y la luminosidad.  
         No lo soportaba. Pero cada vez que llegaba al pueblo era como una droga. Tenía que subirme.

         Siento un olor penetrante que inunda mis fosas nasales. Huele a amoníaco.
         —Señora, señora. Oía a los lejos un voz de catacumbas. ¿ Usted es alérgica a la anestesia?
         No pude contestar. Todavía estaba atontada.
         El lugar parecía desconocido para mí. Todo blanco y arriba una luz potente, grande, redonda como la de un quirófano.  Pero no, estaba en el dentista.
         —Señora cuando le puse la anestesia , la tuve que hacer para adelante y para atrás, para que la sangre le irrigara su cerebro. Esto pasa cuando uno no soporta las inyecciones. Así no le puedo sacar la muela. -Me decía con cierta incomodidad.  
         —Vay y vuelva otro día. Quizá haya tenido la panza vacía.  Tiene que tomar algo o comer, antes de venir, porque se desvaneció.-Me retaba el odontólogo del centro de salud.
          Me levanto, me acomodo. Busco en mi saco las llaves del auto. Me encuentro la tarjeta del parque de diversiones al que le habían sacado el ticket de la montaña rusa.
         Esboce una sonrisa.  
         MARIA ESTER CORREA

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