sábado, 9 de abril de 2011

LONDRES 1850: ( CUENTO 1850)

LONDRES 1850:

         Londres 1850. Bruma. Frío. Calles desiertas. Humedad. Llovizna.
         Faroles a gas iluminan los adoquines mojados. Mezcla de excrementos de caballos y otro animales. Líquidos cloacales.
         Mugre. Todo tipo de basura va a parar a las aguas malolientes del Támesis.
         Infección. Podredumbre.
         Se ha desatado unA epidemia de tuberculosis en la ciudad.
         Se hoyen en los umbrales y pórticos toses,  escupitajos sanguinolientos de los pordioseros que han mendigado durante el día.
         La urbe languidece. Hay humo, fruto de la fábricas que usan carbón. El entorno es gris, por la nube  rasante.
         Los hombres con sus galeras. Negros trajes. Capas,  capotes y. Paragüas. Entran a los burdeles en busca de carnes pulposas.
         Lo hacen precipitadamente. Se esconden. La época victoriana, puritana, religiosa, castiga con el desprecio a aquellos que son descubiertos.
         La mayoría tiene una doble vida. 
         El joven busca la prostituta más cotizada del lugar.  La madama se la reserva los viernes. Sabe que le paga bien. En estos tiempos de cruda miseria, no pregunta. Solo se cumplen los deseos.
         No le agrada el aspecto que trae esa noche. Pero en el fragor del ambiente se olvida. Sigue con la rutina de atender a las chicas y a los pícaros clientes.
         El sube al altillo. Previo haberle tirado sin más los chelines encima de la mesita de ingreso, donde luce un pequeño farol, que ilumina tenuemente el lugar.
         Esa noche ha tomado mucho alcohol. Sus ojos azules  se han puesto rojos. Parecen estallar. Siente irrefrenables deseos.
         El encuentro es esperado. Hay cierta complicidad en el.
         Ingresa a la estancia donde se encuentra ella. Lo mira con sus ojos verdes, rasgados, llenos de pintura,  sobrecargados de rímel, y pestañas postizas. Lo seduce con su mirada.
         Labios carnosos, con rouge color carmesí. Se cierran en un beso apretado que  le da en plena boca al visitante.
         Cabellos rubios descoloridos. Raíces negras por falta de tintura, forman un rodete entrelazado con una cinta de color oscuro, con ribetes chillones.
         Aretes del mismo color del vestido. Amarillo huevo. Lleno de puntillas negras y pasamanería. Raso y terciopelo. Corset apretado con bastillas, que dejan expuestos senos cual dos frutas maduras a punto de estallar. La chica es rellenita, y sabrosa.
         Medias de encaje, lucen junto a zapatos de tacos altísimos. Ella es pequeña, pero subida a ellos parece más alta.
         Su conjunto es grotesco. Parece una mascarita. Apenas dieciocho años, pero aparenta mas.
         La habitación sobrecargada. Cortinados pesados. Tonos azules, y verdes. La luz difusa. Apenas se notan las figuras humanas que se reflejan agigantadas en las paredes.
         La atmosfera sobrecargada de cigarrillo y olor a perfume barato.
         Flanqueando la puerta dos pequeños silloncitos de estilo.
         La cama de dos plazas, con un plumón haciendo juego con el cortinado. A rayas azul y verde. Almohadas mullidas, y colorinches.
         Molduras en las puertas y ventanas. Adornos de dudoso gusto cuelgan por toda la habitación.
         El caserón es viejo. Usado para fines non santos, conforme al puritanismo réinate en la hipócrita sociedad londinense.  Arrendado fruto de la miseria en la que se encuentra la aristocracia más rancia de la metrópolis.
         El, al verla tan exuberante y apetitosa se abalanza sobre ella llevando su boca a los pechos. Luego sube hacia los lóbulos de las orejas y frucciona con ardor.
         Ella lanza una carcajada. Ríe mientras le toma las manos y las pone sobre su cintura. Luego las baja y las lleva a la falda levantando la enagüa sobre su cabeza. Juegan. Se ríen.
         El hombre está extraño. Ronca. Jadea. Respira profundo. Se está convirtiendo de a poco en un salvaje animal.
         Juguetea en forma peligrosa con sus manos de uñas largas, mugrosas, sobre el cuello blanco y delgado.
         Se está sintiendo incómoda. Le extraña su actitudl. Sabe que es violento. Esta noche está fuera de control.
         Le increpa con actitud:
—¡Cuidado que me haces daño. El no la escucha.
         Comienza a rasguñarla. La muerde. Grita de dolor. —_Hay eso dolió. ¿ Qué te pasa guarro?
         Algo interno en él lo impulsa a la agresión. Tal vez los celos. El desinterés de su esposa. El resentimiento de una infancia solitaria y miserable.
         Ahora le toma los labios con rudeza con su boca pestilente. Su cuerpo emana un olor nauseabundo. Quizá días sin bañarse. Le causan repulsión.
         Lo aparta. Pero él le grita:
         —¡Así no Puta! ¡Zorra! ¡Y vas a ver!¡ Vení para acá! La toma fuertemente de los pelos y la arrastra por la habitación.
         Ella grita, y él se tira encima. Caen. Le tapa la boca con sus manos asquerosas.
         Ella se defiende. Le muerde nuevamente los labios, que se llena de sangre caliente. Lo golpea. Logra zafar. Forcejean. Se escabulle. El la vuelve a agarrar. La tira nuevamente al suelo.
         En un segundo saca un cuchillo largo y la comienza a lastimar. Primero en sus antebrazos. Luego el pecho. Hasta que le asesta el toque final. Le clava en la yugular el filo del estilete que tenía escondido.
         La sangre salta a borbotones. Inunda todo el lugar. Manchas por doquier. Cortinas, paredes, camas, almohadones todo lleno de color bermellón.
         Ella yace inerte en el piso. Todo es desorden. Hay vestigios en toda la alcoba del salvaje ataque.
         De su boca mana baba espumosa. Gruñe. Jadea.
         Huye. Corriendo baja las escaleras. Tropieza. Casi cae de bruces.
         Arranca de los percheros sus atuendos. Se pierde en las tinieblas. En la noche de los tiempos, por las callecitas intrincadas de la capital.

         La madama al verlo salir, presintiendo que algo ha pasado, llama a una de las fulanas y le dice:
         —Ve a ver lo que ha ocurrido.¡ Vamos, múevete!
         Al momento en un grito de horror se escucha:
         —Señora.  Jane está en el suelo. Bajo un enorme charco de sangre.
         Tartamudea. ¡Su cu.. su cu..su cuello parece degollao! Pobrecita. ¡Vaya la forma de morir!
         Inmediatamente llama a la policía. Llega el inspector más famoso de  esos tiempos. Es Sherlock Holmes. El detective de los asesinatos más misteriosos de esas épocas.

         Han transcurrido cuatro años.¡ Nunca se supo quien fue el asesino de la ramera que cayó en las garras de “Yack El destripador”.!
MARIA ESTER CORREA

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