viernes, 10 de junio de 2011

LAS SOMBRAS

LAS SOMBRAS

         Corría el año 1978. Mendoza, Argentina. Mayo mes particularmente frío en sus postrimerías.
         Hojas que se desprenden suavemente como lluvia dorada sobre las  calles pedregosas, y embarradas de la garúa fina que caía esa noche.
         Apenas iluminadas, con faroles verdes que se balancean acompasados con las auras de la tardesnoches que languidecen en la umbría. Ellas invaden  con figuras largas y espinadas los muros ruinosos de las casas de adobe y paja.
         Las callejuelas se han convertido en el amparo de los personeros de la muerte. La ignominia de las botas y fusiles. Autos verdes sin identificación, sin luces. Vidrios empañados.  El despojo, la basura ha salido de cacería. Apiñados. Sus caras solo muestran ojos vacios. Sanguinarios. Desprovistos de sentimientos.
         A las 9 ya no queda nadie en los pedregullos. Ni en los pequeños almacenes  del caserío.
         El miedo corroe las entrañas de los que todavía abren los ojos a la luz del sol tibio de las mañanas silentes.
         Una nube negra de gritos acallados. Alaridos de torturas. Vuelos de la muerte. Desapariciones forzadas. Picanas que mutilan cuerpos y fríen la carne.  Violaciones que dejan vaginas sangrantes. Dolores de cuerpos que atraviesan el tiempo y cuchilladas en el alma. Mutilación de hombres y mujeres. Atracos y el más vil de los delitos, arrebatos de niños. Horror por doquier.
         Nadie sabe. Cómplices mudos de la autocomplacencia de seguir vivos. ¡Por algo será!
         Mas allá,  la algarabía detrás de una pelota que rueda manchada por sangre y por carcajadas y canticos que enmudecen lamentos de los que han perdido su derecho a la vida.
         El auto se detiene. Ninguno se da cuenta. Paran en la casa del vecino. Apenas se ve en la bruma. La luz de la puerta blanca se transforma en mortecina.
         Las sombras sigilosa y apresuradamente traspasan en forma fantasmal las puertas. Como un ventarrón chupan la etérea figura de él.
         Oscuridad, golpes.  Gemidos. Llantos, chillidos atragantados.
         El gemido del niño, su balbuceo. Su madre lo abraza. Solo le dice:
         —No pasa nada. Solo es viento. Ya para.
         Se funden en el horror.
         El silencio sepulcral es perforado por el bramido desesperado del obrero.
         —¡Mi vida ya vuelvo! Amor no… por favor no desesperes. Todo va a estar bien.
         —¡Bebe  papi te ama!
         Sabe que es el es un ser espiritual. No tiene miedo.
         Se van  fugando como un ladrones, escondido, agazapados.  Su convencimiento,  idea mesiánica que lo hacen por Dios, la Patria y la Justicia.
         Desolación. Penumbras. No hay luz artificial. La han cercenado para sus fechorías.
         Angustia. Desgarro. Abandono.
         Preguntas sin respuestas.
         Silencio de eternidad
         Sabía que sería una desgracia vivir en aquel infierno de ángeles.
         Ya no volvería del destino en el agujero del tiempo que lo había evaporado en la nada.

         Mayo de 2011. Han pasado 33 años.
         Ellos aún lo esperan.
         Lo sienten. Lo perciben. Sus risas no han sido apagadas. Su perfume se huele en todas las habitaciones. Su ropa sigue colgada esperando su llegada. Sus palabras resuenan en los oídos. No han podido robar su esencia. Su elemento.
         Saben que está en la cárcel de la eternidad y que los cancerberos de las atrocidades arrojaron la llave al fondo de las aguas turbias.
         Así todo él no está. No existe.
         El es un desaparecido mas.

                                               MARIA ESTER CORREA

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