sábado, 9 de abril de 2011

ANGEL: CUENTO MARIA ESTER

ANGEL:

         Angel había nacido una noche de luna llena. Era el séptimo hijo varón de una familia pobre que vivía en medio del monte.
         Se dedicaban al pastoreo. A la cría de chivos, cerdos, y aves de corral.
         La casucha apenas dos habitaciones, una cocina. Llena de vinchucas, arañas y roedores.  La letrina lejos del lugar.
         Piso de tierra. Arboles desperdigados en torno. Abandonados a su suerte y destino.
         Nadie había ido a la escuela. Su único entretenimiento eran las juntadas con los puesteros vecinos, a emborracharse y contarse cuentos de aparecidos y fantasmas.
         Su aspecto era flaco, desgarbado, huraño, de pocas palabras.
         El sol parecía que no le quemaba su piel amarillenta. Dientes torcidos. Manchados, pestilentes. Olor a rancio,  a estiércol de gallinas  y cerdos.
         Todos lo despreciaban. Lo apartaban diciéndole:
         —Salí rroñoso. Tenés olor a muerto.¡ Bañate maldito!
         El sabía que tenía un sino fatal.  Estaba enterado de lo que le ocurría al séptimo hijo varón.
         En las noche de viernes, y luna llena sale corriendo y aullando hacia el monte. Comienza a revolcarse en el suelo. De izquierda a derecha, tres veces. Rezando un padre nuestro al revés.
         Su cuerpo se llena de pelos. Sus manos son garras. Sus dientes colmillos. Su baba cayendo sobre su cuerpo. Sus orejas en punta, y un aullido que hace estremecer a los perros.
         Se interna en los gallineros. Come los excrementos. Corre al cementerio. Desgarra los cuerpos a la interperie. Come carroña.
         El sábado vuelve como hombre. Descansa todo el día, recuperando la fuerza perdida en esa transmutación. “Sueña con no ser así”.
         Esa noche conoce a una mujer con la cual se entrevera. Queda prendado de ella.
         Sabiendo su final, pacta con el diablo la venta de su alma. A cambio  de evitar su muerte.
         Un pacto especial entres dos seres sobre naturales.
         Nuevamente es viernes. Vuelve a las andadas. Sabe que esta vez no lo pueden aniquilar.
         Siente la necesidad de comerse un ser humano. De su propia familia.
         Sabía que su padre y otros vecinos estaban en la búsqueda del lobo que devoraba el ganado.
         Todos llevaban en su fusil la bala bendita. Esta pondría fin a su vida. Pero sabía. Mandinga cumpliría su promesa. No moriría.
         De entre los matorrales escucha el sonido de las balas.
         Un grupo de hombres lo persigue.
         Entre ellos se distingue uno con sombrero, arma al pecho, y de traje.
         Sintó el impacto. Corrió el líquido rojo por su ser. Aulla de dolor. Cae al piso. Logra ver que el que le había disparado era “ el ángel de la muerte”.
         Sus despojos de hombre quedaron en el suelo.
         ¡Su alma en manos del hombre de negro!


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