sábado, 9 de abril de 2011

“ LAS JUGOSAS PERAS”: ( CUENTO MARIA ESTER)

“ LAS JUGOSAS PERAS”:
                   Vivíamos en una gran extensión donde habían viñedos, frutales, arbustos con flores.
                   Eramos primos. Yo de 7 años, y  él de 8. 
                   Además compinches y compañeros de aventuras. Inseparables.
                   En tórridas tardes de verano de San Juan salíamos a hacer nuestras correrías.
                   Los frutos estaban ya a su punto y nos llamaban la atención.
                   Yo que era más picara, le digo una mañana:
                   —¡Vamos a la siesta  al peral. Bajamos unas y las comemos!-Sabiendo que él lo haría para darme el gusto.
                   —Dale, vamos, yo las bajo- Dijo Tito entusiasmado.
                   Juntos emprendimos la aventura.
                   Habíamos quedado de acuerdo. Nos dividimos la tarea. El subiría. Yo, desde abajo atajaría con mis manos las que fueran cayendo.
                   Ambos sabíamos que teníamos prohibido ascender a los árboles porque eran muy altos, y peligrosos. Lo mismo lo hicimos sintiendo cosquillas por la travesura.
                   Salimos a la “ hora de las iguanas”, como decían nuestras madres.
                   Violando la prohibición de salir marchamos.
                   Sigilosamente salimos del caserío. Llevábamos un balde para poner los que pudiéramos cosechar.
                  Llegamos a los perales. Tito en forma decidida y valerosamente emprendió la subida.  Era delgado. No le costó encaramarse a lo más alto y alcanzar las carnosas y jugosas peras amarillas.
                   Desde abajo le indicaba cuales eran las más maduras.
                   —¡Andate para allá. Venite para acá que esas están más lindas!-Le indicaba con la mano, en forma autoritaria, con la comodidad del que está abajo.
                   Tito ya había alcanzado su objetivo. Se abalanzó cual un halcón sobre su presa. Tuvo la mala suerte de encontrarse en el camino con un camoatí.
                   Lo tocó. Salieron las abejas al encuentro de su cabecita.
                   El ataque fue cruel. Pegó un salto al vació. Cayó pesadamente  Corría y lloraba. No solo por el golpe, sino por el fracaso.  Detrás iban los bichos picándole en todo el cuerpo.
                   Corría dándole golpes tratando de matar con mis manos el enjambre. La torpeza hacía que en vez de hacerlo, le pegara al pobre en los lugares equivocados.
                   Ambos tuvimos  lo que nos merecíamos la sanción de no vernos por un tiempo, y no haber podido comer las jugosas y dulces peras.
                  
        
                                      MARIA ESTER CORREA

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