sábado, 9 de abril de 2011

SANTOS SANTOS: ( CUENTO MARIA ESTER)

SANTOS:  SANTO:

         Las famosas montoneras eran agrupaciones de civiles, que se dedicaron a asolar las ciudades de Chile, parte de Argentina, en las provincias de Neuquén, Mendoza, San Luis, La Pampa, e incluso llegaron a Carmen de Patagones, sur de Buenos Aires.
         Nacieron en Chile, en defensa del derrotado ejército español,  luego de las victorias de los criollos con los libertadores, San Martín y O Higgins.
         Mantuvieron en vilo a los pequeños poblados a un lado y otro de la Cordillera de los Andes. Pasando cuando así lo requiera por los pasadizos, conocidos en las alturas de las montañas, de Neuquén y el Sur de Mendoza.
         Hubo una de esas montoneras muy conocida llamada Los Pincheira. Estos eran una familia de cuatro hermanos, jóvenes, y dos hermanas mujeres, que vivían en la hacienda donde su padre era el capataz.
         Estamos hablando del año 1820, en las alturas del Chillan, Chile y de los cuatro hermanos varones,  Antonio, Santos, Pablo y José Antonio, sus hermanas Rosario y Teresa Pincheira.
         Vivieron en el campo del terrateniente Manuel Vallejos, cuyas propiedades se extendían hasta los bosques de Epulafquen, hasta que eligieron el camino del crimen, asesinato, asaltos,  robo de cuativas, y de ganado.
         Eran hombres rudos, altos, de cabellos renegridos, rostros fuertes, barbudos, ojos oscuros, miradas profundas, cejas pobladas. Delgados. Apolineos.
         Sus hermanas al igual que estos,  eran fuertes, y  muy bellas. Utilizaban su hermosura con el fin de obtener todos los beneficios para el pillaje. Ellas también eran aguerridas. No le temían a nada. Cabalgaban con sombrero alado, faldas largas, y blusas donde se veían sus senos. En una mano las riendas, y en la otra,  las armas. Sus cabellos negros apenas atados con un lazo.
         Todos portaban armas sin ningún tipo de resquemor. Mataban a sangre fría, eran crueles.  
         Bandoleros. Habían hecho su fortuna a base del delito.
         Tenían un ejército de hombres que eran acólitos. Defendían lo que ellos llamaban la lucha por la defensa del Rey. Nada más que una excusa para hacerse de bienes, y de fortunas en base al atraco.         
         Acordaron protegerse entre ellos y los pehuenches. Indígenas habitantes del sur de Mendoza. Acuerdos de sangre y guerra. Repartija de actos de pillaje y raterío.
         Así desvastaron durante 20 años los parajes donde habitaban llegando a las pampas. Allí con la fuerza gobernaba Don Juan Manuel de Rosas, que a la postre y luego de batallas e incursiones hacia Chile, logró su aniquilamiento.
         Asentaron sus reales en el bosque de Epulafquen y comenzaron sus correrías. Todas con mucho existo, lo que llevó a toda las gentes de inmensas regiones, a tenerles miedo, e incluso huir despavoridos cuando llegaban.
         Usaban  cuevas en las montañas de Malargüe a la orillas de los ríos. Se escondían, guardaban sus tesoros, y luego partían por los desfiladeros y las hondanadas que hacen los cerros. Todo esto sucedía en famosas formaciones rocosas. Los Castillos de Pincheira en la localidad del sur mendocino.
         Pero esto solo sirve para destacar y contar la historia de Santos Pincheira que llegara a mis oídos, y que paso a relatarles:

          
         Los hermanos se iban sucediendo en el mando, una vez que alguno caía. Los ataques eran planificados en forma minuciosa,  con una anterioridad en meses. Estos se hacían con la rapidez de la guerrilla montonera. Veloces. Tipo relámpago. Atropel. Destruían todo lo que había dejando la aldea incendiada. Decenas de muertos quedaban luego de estas invasiones.
         Es así que en 1823 Manuel Turro, fiel seguidor de los Pincheira es atrapado, y revela la ubicación de los principales refugios de la banda. Sus fuerzas. Pasadizos. Sus secretos tácticos.  Como por ejemplo el código de golpes de hacha en los troncos del bosque para comunicarse de los peligros que los acechaban.
         Les revela a las fuerzas del gobierno patrio que Antonio dormía todas las noches en lugares distintos. Lo mismo hacía con las riquezas de la banda, cambiándolo de lugar.
         Antonio cae sobre el pueblo gobernado por Sotomayor. Se lleva como botín a los más bellas jóvenes del poblado. Entre ellas va  Clara la hija del gobernador asesinado.
         La orda en su huida es sorprendida por el capitán Astete, quien con un certero disparo de carabina mata a Antonio. Lo Sucede Santos.  
         Era el tercer hermano. A pesar de su parte sanguinaria, asesina. Tiene un corazón lleno de bondad y amor.
         Cuenta la leyenda que cuando se hace cargo de la familia, conoce a Clara. Se enamora perdidamente.
         Le atrajo su cabellera larga, aceitosa, bien peinada. La blancura de su piel. Sus ojos saltones, entre verdes y marrones. Sus cejas pobladas enarcando el bello rostro.
         Su delgadez extrema, la convierte en ser frágil que requiere de cuidado. Tenía una cintura que era apretada con dulzura por las callosas manos de su amante.
         Al principio ella desconfiaba. Tenía fama bien ganada, la embargaba el miedo, pero su trato amable, y tierno la cautivó.
         Se terminaron enamorando, a pesar de las distancias sociales. Ella la hija de un gobernador patrio. El, un delincuente, ladrón  sanguinario, sin corazón, y realista. Pero el amor pudo más.
         Clara había domado con su dulce voz, el indómito carácter díscolo de Santos.
         Vivian juntos en el poblado. Por meses compartieron la vida casi familiar. Comidas, juegos, paseos de la mano, ternura, pasión, lujuria..... se amaban sin tapujos.
         La llenaba de regalos, flores, perfumes, vestidos, puntillas,  ,mantillones, abanicos, joyas.... era un reina para él.
         Se había convertido en ser humano.
         Sus conversaciones versaban por el destino de la pareja.
         Ella le decía suavemente:
         ­_Amor no robes más. No mates. ¡Tú eres un hombre bueno!
         El contestaba con dulzura:_ por ti todo, amor. Por ti dejo todo- La besaba.
         Habían armado un refugio para su hogar.
         Era Matancilla, en Varvarco, Chile. Escondidos. Protegidos.-
         Pasado unos meses, y ya sintiendo el pueblo la necesidad de comida, él comienza a pensar nuevamente en salir a las andadas.
         —Soy el jefe. Decía en forma bravía.  
         —El pueblo tiene hambre. Dice lacónicamente:
         —Mi pueblo me solicita. No puedo quedarme quieto. Le habla al oído a su amada.  
—Sabes, que yo robo, pero reparto entre mis paisanos. Ellos me ayudan. Yo les doy porque ellos dependen de mi.
         —Tú has logrado eso. Que la gente me considere su benefactor. ¡Yo no puedo defraudarlos! Se lamentaba.
         —¿Te amo! Ellos me piden porque están sufriendo necesidades. Si yo no salgo en búsca de algo, ellos me mandaran a matar.
         Esa noche apasionadamente se despiden, aunque ninguno de los dos lo dice.
         A la madrugada se apea de la cama en forma ezcurridiza. Se pone en forma rápida pero sigilosa sus pantalones de montar. Su camisa.- El poncho colorido. El cinturón ancho de cuero. Sus botas altas, color marrón. Las espuelas. Se calza el sombrero. Lo ajusta a su mentón con barba de varios días. Pone su cuchillo en la cintura. Saca las carabinas escondidas bajo la cama. Le da un tierno beso en la frente.......Se pierde en la noche. Solo se escucha la cascos de los caballos irse a lo lejos.  
         Lo esperan 200 hombres bien preparados para el ataque.
         Marchan al galope. Entran como malón. Destruyen todo a su paso. Roban, matan, dejan muertos y moribundos que se quejan. No queda nada en pie. Al final de la tropelías incendian toda la ciudad. Desalodora imagen del terror. Humo y animales sueltos hambrientos.
         Al salir son sorprendidos por las huestes del gobernador Sotomayor,  asesinado por su hermano Antonio.
         En la huida se mete con su caballo en el cruce del río de los Sauces. La correntada es fuerte. Lo arrastra. No se puede amarrar al caballo. Primero es arrastrado el equino, quedando a la deriva.-
         Los que lo acompañaban se pierden en la oscuridad profunda. Lo dejan a su suerte y verdad . Solo un hombre que quedó vivo del asalto, lo ve como se hunde. Oye sus gritos desgarradores.
         —¡Que alguien me ayude. Me estoy ahogando! Retumban sus alaridos en la cañadón.
         El hombre observa. No lo ayuda. Piensa: (que muera el salvaje, que se ahogue el hijo del diablo).
         Escucha algo mas, que le causa dolor al oírlo:
         —¡Clara sabes que te amo. Que no te olvidaré jamás!
         Silencio. Ya no oye nada. Uno de esos innombrables  ha muerto.

         El destino de Santos había quedado en la memoria de esos pueblos, como el protector de los campesinos.
         Cuento esta historia, porque me llamó la atención que a la vera del camino por Chillan y varios pueblitos de Chile hay capillitas. No se de que se trata. Me imagino de altares para gente que tiene el infortunio de morir en un accidente de tránsito.
          Detengo mi auto. Me pongo en cuclillas. Veo que en el fondo esta la imagen de Santos Pincheira. Su nombre en una cruz negra se halla escrito con pintura.  
         Su fama de bondad entre los humildes duró muchos años. Aún hoy se lo venera, como Santos Pincheira.
 MARIA ESTER CORREA

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