viernes, 22 de abril de 2011

Silvina Ocampo: el libro del naufragio

Silvina Ocampo: el libro del naufragio

Con frecuencia solapada por su círculo familiar y de amigos escritores (su marido Bioy Casares, su hermana Victoria, su amigo Borges), u obviada como una autora menor, Silvina Ocampo se reafirma, a partir del rescate de relatos, poemas y piezas de teatro nunca publicados, como una de las figuras centrales de la literatura argentina. La reciente salida de la novela inédita "La promesa" es una oportunidad para recorrer sus libros y reencontrarse con su genialidad.

Marcos Zangrandi - Especial para Cultura Los Andes

Una mujer, cuyo nombre nunca se sabrá, cae al mar por un accidente absurdo: queriendo alcanzar un broche que cuelga de la punta de la bufanda, se resbala y va a parar al océano. Nadie la ve y nadie intenta buscarla.

Cuando se despierta, "medio atontada por el golpe", empieza a nadar y le promete a Santa Rita que, si sobrevive, escribirá un libro y lo terminará para su cumpleaños, aun con la dificultad de ser analfabeta. Este argumento inicial, alejado de cualquier pretensión realista, es el de la novela "La promesa" de Silvina Ocampo, que hasta hace pocas semanas se encontraba inédita.

Además se volvieron a publicar "Las repeticiones" e "Invenciones del recuerdo", que se suman a la recuperación en los últimos años de "Ejércitos de la oscuridad" y la nouvelle "La torre sin fin". Auspiciosa es la promesa -ya que de votos al cielo hablamos- de la editorial Lumen sobre la exhumación de más trabajos: "El espejo de fuego" (teatro), "Poesía inédita", "Textos dispersos".

Este embate de publicaciones póstumas es, en realidad, la culminación de un largo proceso que se inició luego de la muerte de la autora en 1993. Desde entonces, Ernesto Montequin, albacea de los herederos, se dedicó a revisar manuscritos y mecanografiados de la escritora y descubrió que había una gran cantidad de material que nunca había salido a la luz.

"La promesa" estaba entre esos papeles, una narración a la que la autora hizo referencia varias veces durante veinte años de trabajo. El texto tuvo algunos cambios, entre ellos, la separación de varios episodios que terminaron conformando el volumen "Los días de la noche", de 1970.

"Muchos de los personajes de ?La promesa' podrían integrar el universo de ?Los días de la noche' -señala sobre esta operación Judith Podlubne, docente de la Universidad Nacional de Rosario y especialista en Silvina Ocampo-  aunque también se sentirían cómodos en el de "Viaje olvidado" [1937] o el de "Cornelia frente al espejo [1988]".

Con extracciones y agregados, hacia 1989 Silvina se ocupó de completar y dejar manifiestamente cerrada la novela, que fue encontrada encarpetada y con el título en la portada. Un valioso hallazgo, si se tiene en cuenta que se trata de la narración más larga de Silvina, aun en la brevedad de sus 142 páginas.

Ortografía fantástica

Silvina Ocampo tenía una letra gigante y angulosa, como si hubiese preferido conservar de adulta el trazo garabateado de una niña que empieza a escribir. "Mi profesora de inglés me retaba porque gastaba mucho papel -le contó una vez a la crítica y escritora Noemí Ulla- Ella no entendía, porque mi ortografía era fantástica". La menor de seis hermanas, Silvina nació en el centro de Buenos Aires en 1903.

No fue a la escuela; una niña de la alta sociedad porteña tenía, como corresponde, maestras e institutrices de inglés, de francés, de español, de piano y también de catecismo, a quien no escuchaba porque pensaba que estaba en contra de sus propias creencias.

Adoraba los jardines, los campos, las estatuas, los animales; observaba fascinada el movimiento de las víboras y, con susto, el cruel destino que la naturaleza les deja a los machos de las arañas y los mamboretás.

Esa niñez, con sus miedos y sus nostalgias, permaneció en la obra de Silvina desde su primer libro de cuentos, "Viaje olvidado", de 1937, como una especie de "presente perpetuo", como lo ha descripto Montequin. Aspecto que puede observarse tanto en la aparición reiterada de niños en sus narraciones como

en la construcción atemorizante, fantástica y delirante -propia de la niñez y muy lejos de lo patético o de lo realista- que se impone en sus libros. Los niños de Silvina Ocampo nunca son ángeles (inaceptable en un mundo que ha pasado por el psicoanálisis) y en cambio aparecen desamparados, sucios o maliciosos.

En "La promesa", Gabriela, la hija desarrapada que espía a su madre, y el piojoso Gusano son ejemplos de los primeros. En cambio la escena de la barra de niños que atacan y acosan a Irene, encarnan la crueldad infantil, una crueldad que nunca llega al drama.

En esta categoría cabe cómodo un tal Remigio Luna, un niño de ocho años al que la narradora se refiere elípticamente: "Remigio no tenía familia. Yo era su familia. Un día me quiso violar".

Sueños, pesadillas y risas. Mientras nada en el mar, la narradora de "La promesa" recuerda a su vecina Zulma, una bailarina que a diario practicaba al son del piano, vigilada por una madrina gorda que la observaba tomando vino.

Un día no supo más de Zulma. Preguntó por ella y le dijeron que la bailarina perdió el peso para mantenerse apoyada en la tierra "de tanto hacer ejercicios como si volara". Pero también la madrina se marchó: "¿No viste que los globos vuelan?", le explican.

Entre lo hilarante y lo onírico, los mundos de Silvina son a la vez domésticos y fantásticos; los personajes, ingenuos y salvajes. El episodio de Zulma, por ejemplo, hace que el lector retorne con nostalgia hacia la lógica absurda y despiadada de los sueños.

Silvina Ocampo apelaba a la maquinaria onírica como forma de poner en ridículo a la realidad, quizá porque en los sueños la realidad no es dócil y su lógica está interrumpida. El efecto es humorístico.

En la novela ese humor abunda en las descripciones físicas; la esposa del modista tiene una "cara blanda y blanca como una informe miga de pan"; Rosina, la costurera, "tres papadas y un mechón de pelo blanco"; el anciano señor Arévalo, una "voz de mujer y cara de perro".

Con la misma gracia, en el poemario "Amarillo celeste", de 1972, Silvina calificó a la primavera de "inmunda" y, frente a las objeciones, incluso de su hermana Victoria, se defendió: "Cortás una flor y está llena de bichos, la llevás a tu cuarto y se te llena de hormigas. Además tiene demasiados adornos".

Lejos de cualquier acartonamiento, se complacía de las risas que provocaba. En una entrevista que María Moreno le hizo en 1975, la escritora contó: "Pepe Bianco me dijo ayer: 'Éramos cinco o seis personas, nos reíamos mucho leyendo algunos de tus cuentos'; '¿Pero les gustó?', le pregunté. Bianco se impacientó: 'Pero, ¿qué más querés?'. Me encantó. Si me hubieran dicho 'Lloramos leyendo algunos de tus cuentos' no me hubiera gustado".

Devociones

"Creo de mil maneras: en la reencarnación, en la divinidad -aseguraba Silvina, un poco en broma, un poco en serio- Creo en el perro, hasta en la rosa, en Santa Rita porque lleva un libro misterioso en la mano que nunca he podido leer".

Esa misma creencia en la santa de Cascia guía y le da voz a la narradora a lo largo de La promesa; el misterioso poder de la santa para resolver los imposibles es la única salvación para la mujer perdida en el mar.

No es un rasgo excepcional en la novela; la galería de personajes exhiben su piedad ante las figuras de los santos cristianos: la estampa del ángel Gabriel bajo un vidrio que guarda con celo la desdichada Irene, la estatua de Santa Lucía al que los enfermos de los ojos veneran, la Virgen pintada de verde que la familia de Livio Roca rodea de "flores de mala muerte o ramitos de hierbas".

A Silvina, como es evidente en la novela, le llamaban la atención los acuerdos que los creyentes hacían con el Cielo. Educada de niña en un estricto catolicismo, se negaba a repetir en las noches un Padrenuestro o un Avemaría; prefería inventar las oraciones, sobre todo porque esos ruegos le parecían insuficientes para conseguir beneficios: "pensaba que había que halagar un poco más a Dios, y lo adulaba. Al mismo tiempo me decía: bueno, ahora me va a conceder lo que le estoy pidiendo".

Escribir, recordar, nadar. ¿De qué se trata "La promesa", más allá de su argumento etéreo Silvina Ocampo la describió como una "novela fantasmagórica" y remarcó su dificultad para finalizarla, ya que el personaje recordaba más y más personajes mientras nadaba. ¿Pero por qué "fantasmagórica"? ¿Se trata acaso de una voz que narra después de la muerte o de una muerta que ignora su estado? ¿O tal vez se refería a ese espacio intermedio, entre el que vive y el que muere?

La novela traza finos (y múltiples) lazos entre la muerte, la escritura y la memoria. La mujer entiende que mientras evoque o mientras escriba el libro de su vida se mantendrá a flote (y quizá aquí se entienda el aspecto autobiográfico de la obra). Pero si en las primeras páginas guarda esperanzas sobre su salvación, con el correr de los recuerdos esa seguridad se fractura. Se dice: "Estoy mirando el mundo que se aleja, que me abandona (?) tengo miedo de perderme en este mar inmenso".

El miedo se transforma en disolución, metafóricamente, en el agua. Finalmente reconoce sin dramatismos que le queda poco tiempo. En los últimos y enigmáticos párrafos, la seguidilla de personajes que la atormentan se desvanece; al final aparecen vagos recuerdos de animales y de árboles.

No puede saberse mucho más. Una novela sobre el tránsito entre la vida y la muerte, sobre el puente entre la escritura y el recuerdo, no puede cerrarse, tiene un pie en cada orilla. Silvina Ocampo, por supuesto, le restaba importancia a un detalle como que la narración no tuviera cierre: "No me gusta la convención de las cosas -le apuntó a Noemí Ulla-, que una novela tenga final, por ejemplo".

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