sábado, 9 de abril de 2011

AZUL: ( CUENTO MARIA ESTER CORREA)

AZUL:

                   Cae la noche en Venecia. El baile de carnaval convoca a toda la aristocracia a los palacios.
                   Agneta viste con el traje comprado para la ocasión. Color amarillo y dorado, con piedras y pasamanería.
                   La máscara tiene destellos ambar y verde amarillentos. Labios rojos inmóviles. Plumas de gansos multicolores. Alrededor de los ojos, purpurina. 
                   Hace frío. Bisón a medio poner. Sale en forma presurosa. Toma un taxi.
                   La bruma invade y no se alcanza a percibir casi nada.  
                   Es poco lo que tiene que caminar. Callecitas ondulantes. Pequeñas. No caben vehículos por allí. Escaparates luminosos. Trajes, antifaces, y parafernalia carnavalesca.
                   Embrujos de esa ciudad con el mar en torno.
                   Es casada Su marido está de viaje. No han podido tener hijos. Su gran frustración.  Corazón roto de dolor. Abandono. Soledad. Deseo trunco.  
                   Ingresa al gran festejo cuando ya todo es bullicio. Las parejas, y movimientos sensuales en la pista.
                   ¡Siente un fuego interno que la devora! No entiende la urgencia de su erotismo  y pasión a flor de piel.
                   Se ubica al fondo del salón. Sus ojos se entrecruzan con otros que buscan los suyos con avidez. La atracción es tal que se deja atrapar por el desconocido.  
                   Caballero vestido de azul. Botas altas. Pantalón ajustado. Atavío a la usanza medieval. Antifaz color plateado y una pluma al tono.
                   Bailan al son de la orquesta toda la noche.
                   Está obnubilada.
                   Siente su respiración acompasada al ritmo del movimiento carnal.
                   Se sonroja. Transpira. Sus manos están húmedas.
                   Los cuerpos encendido emanan perfumes y olor a pasión.
                   El torso del hombre se acerca cada vez más. Siente sus caderas apretar las suyas.
                  Sin darse cuenta, están en la calle. La había tomado de la mano. Retirado  el abrigo. Disimuladamente se escabulleron de la celebración.
                   Se deja llevar. No piensa. Sólo responde a los latidos de su elemento.
                   La noche se alarga.
                   Han arribado a un palacio. Ingresan abruptamente a la habitación.
                   El suavemente la recuesta en el amplio camastro adorando con puntillas, raso, y cortinas.
                   Ella se entrega. Solícita. Sin demora.
                   Se enredan al unísono, en ardiente juego amoroso. Desfallecen de tanta vehemencia.


                   Abre los ojos. La habitación aún en penumbras. Decorada. Destacan diversas tonalidades azuladas.
                   Oye el llanto de un niño.
                   Nadie está a su lado.
                   Entra el ama de llaves. Habla:
                   —Señora. Le costó dormirse anoche. Dio vueltas por toda la mansión. ¿ Se le había perdido algo?... queda en silencio.
                   ¿Mi marido? –pregunta inquisidora.
                   —¿ Perdón no la entendí?-le dijo extrañada la mucama.
                   —¡Si entendió bien! ¿ Dónde está?-Desencajada. De mal modo se dirige a esa persona.
                   —Señora su marido murió hace uno meses. ¿Recuerda?    
                   —Le traigo al niño así le da su biberón.-sale presurosa del recinto.
                   No entiende nada.  Confundida  cae en la cuenta que está en un lugar que le es extraño.  No sabe dónde. Tiene un hijo. Tiene un cónyuge. No evoca nada.  
                   No comprende que época del año, de la vida, del tiempo está. 
                   Observa a su alrededor. Le parece muy antigüo el lugar.
                   Se incorpora apurada.
                   Se para junto al gran ventanal. Mira hacia fuera. Ve los carruajes andar por las calles. Los faroles aún prendidos destilan humo color negro.
                    Cree que va a enloquecer.
                   La habitación, está impecable. No hay rastros de la noche de lujuria.
                  Le traen el niño. Amorosamente dejan sobre  la cama.  Sonríe en forma compradora.
                   Al dar vueltas las sábanas encuentra bajo las almohadas, un guante plateado, y la pluma del mismo color...

                                      MARIA ESTER CORREA

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