lunes, 10 de octubre de 2011

LA CAMARA DE FOTOS ( CUENTO DE MARIA ESTER)



TECNICA LITERARIA: CUENTO DE TERROR.( CON UN POCO DE HUMOR)
FECHA: 18 DE AGOSTO DE 2011
LA CAMARA DE DE FOTOS

            Habíamos preparado el fin de semana largo con mucho tiempo y minuciosidad.
Eramos compañeros de la facultad. Queríamos disfrutar esos tres días en la casa de la playa.
            Vivíamos en la pequeña ciudad, en la que se decía que esa cabaña era un lugar especial, pero no sabíamos el porque. Algunas habladurías nos llegaron, pero lo no dimos importancia.
            Jóvenes, alegres, con ganas de relajarnos, compartir veladas de cartas, copas, relatos, y pesca . Mucho no íbamos a poder salir porque hacía un tiempo espantoso. Invierno, frío, lluvia, viento. Nada nos detendría. Nada iba a asustarnos
            Lo que si queríamos, era dedicar un día a pescar, ya que había un muelle, por lo cual además de la comida, la bebida, los abrigos, las mantas, llevamos todo el equipo de pesca. Pilotos, botas, cañas, cajas con anzuelos. Entusiasmo era lo que nos sobraba.
            En la casa no había luz, por lo cual cargamos unas lámparas a kerosén, leña para el fuego de la estufa, cigarrillos, barajas, unos papeles con letras del abecedario, y vajilla, y en especial copas, y mucho licor.
            A eso de las ocho de la noche nos subimos al jeep, que estaba con todos los balurtos, y nos dispusimos a partir. Llegar al lugar fue toda una hazaña, éramos seis. Julian, Guillermo, Hugo, Patricio, Rubén y yo. Promedio de edad,  vientitrés años.  
            El camino estaba fangoso por la lluvia incesante, intrincado, casi nos perdimos. La pluma para sacar el agua no daba abasto, y las luces no alcanzaban a cubrir cinco metros. Nos internamos en esas condiciones en el bosque de eucaliptus, y pese a que en una oportunidad nos tuvimos que bajarnos a empujar,  y nos mojamos, llegamos al lugar.
            Bajamos todos nuestros bultos, subimos los escalones. Lo único que iluminaba eran las linternas. El mar rugía, la luna no existía, los nubarrones eran negros. Cada tanto se veían los relámpagos, y llovía copiosamente. Apenas nos escuchábamos.
            Presurosamente abrimos la puerta, la que no estaba con llave. No había nada que llevarse. Unas sillas viejas, un mesa y camas solamente con un colchón. La cocina era un fogón. Había telarañas por todos lados, polvo arriba del moblaje.
            Sentimos una sensación de gran temor. Nos miramos, y nos dimos ánimo entre todos.
            —¡Che, no vamos a tener miedo!  Somos grandes.- Dijo Julián, el líder del grupo.  
            Nos dimos cuenta que la casa estaba helada, que no había nada que demostrara que allí hubiera habido personas por mucho tiempo. Lo mismo ingresamos y nos dispusimos a pasarlo bien. Prendimos el fuego del hogar, pasamos unos trapos para sacar el polvo. Encendimos las lámparas, desplegamos el mantel, las cartas, los vasos, los papeles, y algunos emparedados que comimos con gran entusiasmo. Parecía que tanta tensión nos había abierto el apetito. Lo mismo bromeábamos acerca de lo lúgubre que era todo allí.  
            Terminamos  de comer, levantamos los restos de la comida, los llevamos a la cocina que estaba a oscuras, y comenzamos a jugar a las cartas. Al rato ya estábamos  aburridos. Entonces seguimos con juego de la copa, para eso habíamos llevado los recortes con el abecedario y una copa de cristal que me había prestado mi abuela. Sin ese elemento, el juego no se puede hacer. Corre mejor, así nos habían dicho.  
            Comenzamos a invocar el espectro para que apareciera y contestara, una u una las preguntas. Nuestras manos sobre el vidrio se movían mientras nos observábamos azorados.
            Al principio nos reíamos porque eran inverosímiles y no creíbles las respuestas. Poco a poco y medida que le interrogamos,  quien era, que había hecho de su vida, en que época vivió, nos fuimos poniendo cada vez más rígidos. Hablábamos más bajo, casi en susurro,  los ojos desorbitados, nuestras manos se comenzaron a crispar. La atmosfera se había puesto densa, la lámpara comenzó a parpadear, el fuego ya no calentaba, el frio atravesaba nuestros cuerpos. A pesar que no nos habíamos sacado nada, temblábamos del entorno glacial.
            La impresión era que de algún modo estaba allí presente. Incentivaba nuestro terror el hecho de que este ser había sido víctima de una tragedia, que estaba relacionado con lo vivido.
            Al punto de saber que había habitado en esa pequeña casucha de la playa. Nuestros dientes comenzaron a chirriar y castañetear.
            Habíamos vaciado varias botellas de brandi, aún así estábamos aterrorizados.
            Julián, el más bromista de todos, el que en toda la noche le había estado interrogando, e invocado al fantasma, dijo:
            —¡Vamos muchachos, no seamos tan cobardes, continuemos!-Dijo no muy convincente.  
            Entre todos dijimos:
            —¡No, ya basta, no juguemos más!
            Y dije:
            —Sabemos que esto no es real, dejemos de hacerlo.Tengo miedo. No por eso soy cobarde.  
            Los otros me miraron, y afirmaron  al unísono:
            —Dejemonos de jorobar, sigamos tomando, sacamos unas fotos, y nos vamos a acostar. Seguro mañana va a ser un bello día. Dije en voz alta para darnos ánimo.
            —¡Si saltó Guillermo, seguro que sí!  
            Así fue que pusimos la máquina de fotos arriba de la estufa de leña, y no sacamos en forma automática varias en donde nos reíamos a carcajadas, fruto de las bebidas espirituosas y nuestro temor interno que desbordaba en voces nerviosas.
            Ya nos habíamos olvidado de todo lo que había ocurrido.  Acomodamos las camas, nos disponíamos a acotarnos, a pesar de un solo colchón, pero antes nos vimos las fotos que segundos antes habíamos hecho.
            Los rostros se quedaron petrificados. Mudos, sin decir palabras, Julián corría una a una las imágenes que se habían captado. Impávidos fuimos viendo que en todas, detrás nuestro había un hombre sin dientes, con un ojo tapado, pañuelo rojo atado en la cabeza, barbudo, con aros en sus orejas, nariz con un gran lunar negro, con una chomba blanca abierta casi hasta el ombligo, donde se veía un tatuaje de una sirena en el pecho. Sucia, llena de sangre, pero lo más horrible de esa imagen, era ver que no tenía piernas. Salía suspendido y con una mueca de espanto sin fin.
            Despavoridos, sin nada que llevarnos, huimos de aquel lugar. Lo único que alcanzamos a tomar fueron nuestras mantas que nos habían dado confort mientras permanecimos quietos.
            Allí quedaron todas nuestras pertenencias, en especial la cámara digital que había sido testigo mudo del pánico vivido. 

                                                           MARIA ESTER CORREA
                                                           18 DE AGOSTO DE 2011

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