TECNICA LITERARIA: CUENTO DE TERROR.( CON UN POCO DE HUMOR)
FECHA: 18 DE AGOSTO DE 2011
LA CAMARA DE DE FOTOS
Habíamos preparado el fin de semana
largo con mucho tiempo y minuciosidad.
Eramos
compañeros de la facultad. Queríamos disfrutar esos tres días en la casa de la
playa.
Vivíamos en la pequeña ciudad, en la
que se decía que esa cabaña era un lugar especial, pero no sabíamos el porque.
Algunas habladurías nos llegaron, pero lo no dimos importancia.
Jóvenes, alegres, con ganas de
relajarnos, compartir veladas de cartas, copas, relatos, y pesca . Mucho no
íbamos a poder salir porque hacía un tiempo espantoso. Invierno, frío, lluvia,
viento. Nada nos detendría. Nada iba a asustarnos
Lo que si queríamos, era dedicar un
día a pescar, ya que había un muelle, por lo cual además de la comida, la
bebida, los abrigos, las mantas, llevamos todo el equipo de pesca. Pilotos,
botas, cañas, cajas con anzuelos. Entusiasmo era lo que nos sobraba.
En la casa no había luz, por lo cual
cargamos unas lámparas a kerosén, leña para el fuego de la estufa, cigarrillos,
barajas, unos papeles con letras del abecedario, y vajilla, y en especial
copas, y mucho licor.
A eso de las ocho de la noche nos
subimos al jeep, que estaba con todos los balurtos, y nos dispusimos a partir.
Llegar al lugar fue toda una hazaña, éramos seis. Julian, Guillermo, Hugo,
Patricio, Rubén y yo. Promedio de edad, vientitrés
años.
El camino estaba fangoso por la
lluvia incesante, intrincado, casi nos perdimos. La pluma para sacar el agua no
daba abasto, y las luces no alcanzaban a cubrir cinco metros. Nos internamos en
esas condiciones en el bosque de eucaliptus, y pese a que en una oportunidad nos
tuvimos que bajarnos a empujar, y nos
mojamos, llegamos al lugar.
Bajamos todos nuestros bultos,
subimos los escalones. Lo único que iluminaba eran las linternas. El mar rugía,
la luna no existía, los nubarrones eran negros. Cada tanto se veían los
relámpagos, y llovía copiosamente. Apenas nos escuchábamos.
Presurosamente abrimos la puerta, la
que no estaba con llave. No había nada que llevarse. Unas sillas viejas, un
mesa y camas solamente con un colchón. La cocina era un fogón. Había telarañas
por todos lados, polvo arriba del moblaje.
Sentimos una sensación de gran temor.
Nos miramos, y nos dimos ánimo entre todos.
—¡Che, no vamos a tener miedo! Somos grandes.- Dijo Julián, el líder del
grupo.
Nos dimos cuenta que la casa estaba
helada, que no había nada que demostrara que allí hubiera habido personas por
mucho tiempo. Lo mismo ingresamos y nos dispusimos a pasarlo bien. Prendimos el
fuego del hogar, pasamos unos trapos para sacar el polvo. Encendimos las
lámparas, desplegamos el mantel, las cartas, los vasos, los papeles, y algunos
emparedados que comimos con gran entusiasmo. Parecía que tanta tensión nos
había abierto el apetito. Lo mismo bromeábamos acerca de lo lúgubre que era
todo allí.
Terminamos de comer, levantamos los restos de la comida,
los llevamos a la cocina que estaba a oscuras, y comenzamos a jugar a las
cartas. Al rato ya estábamos aburridos.
Entonces seguimos con juego de la copa, para eso habíamos llevado los recortes
con el abecedario y una copa de cristal que me había prestado mi abuela. Sin
ese elemento, el juego no se puede hacer. Corre mejor, así nos habían dicho.
Comenzamos a invocar el espectro
para que apareciera y contestara, una u una las preguntas. Nuestras manos sobre
el vidrio se movían mientras nos observábamos azorados.
Al principio nos reíamos porque eran
inverosímiles y no creíbles las respuestas. Poco a poco y medida que le
interrogamos, quien era, que había hecho
de su vida, en que época vivió, nos fuimos poniendo cada vez más rígidos. Hablábamos
más bajo, casi en susurro, los ojos
desorbitados, nuestras manos se comenzaron a crispar. La atmosfera se había puesto
densa, la lámpara comenzó a parpadear, el fuego ya no calentaba, el frio
atravesaba nuestros cuerpos. A pesar que no nos habíamos sacado nada,
temblábamos del entorno glacial.
La impresión era que de algún modo
estaba allí presente. Incentivaba nuestro terror el hecho de que este ser había
sido víctima de una tragedia, que estaba relacionado con lo vivido.
Al punto de saber que había habitado
en esa pequeña casucha de la playa. Nuestros dientes comenzaron a chirriar y
castañetear.
Habíamos vaciado varias botellas de
brandi, aún así estábamos aterrorizados.
Julián, el más bromista de todos, el
que en toda la noche le había estado interrogando, e invocado al fantasma,
dijo:
—¡Vamos muchachos, no seamos tan
cobardes, continuemos!-Dijo no muy convincente.
Entre todos dijimos:
—¡No, ya basta, no juguemos más!
Y dije:
—Sabemos que esto no es real,
dejemos de hacerlo.Tengo miedo. No por eso soy cobarde.
Los otros me miraron, y
afirmaron al unísono:
—Dejemonos de jorobar, sigamos
tomando, sacamos unas fotos, y nos vamos a acostar. Seguro mañana va a ser un
bello día. Dije en voz alta para darnos ánimo.
—¡Si saltó Guillermo, seguro que sí!
Así fue que pusimos la máquina de
fotos arriba de la estufa de leña, y no sacamos en forma automática varias en
donde nos reíamos a carcajadas, fruto de las bebidas espirituosas y nuestro temor
interno que desbordaba en voces nerviosas.
Ya nos habíamos olvidado de todo lo
que había ocurrido. Acomodamos las
camas, nos disponíamos a acotarnos, a pesar de un solo colchón, pero antes nos vimos
las fotos que segundos antes habíamos hecho.
Los rostros se quedaron petrificados.
Mudos, sin decir palabras, Julián corría una a una las imágenes que se habían
captado. Impávidos fuimos viendo que en todas, detrás nuestro había un hombre
sin dientes, con un ojo tapado, pañuelo rojo atado en la cabeza, barbudo, con
aros en sus orejas, nariz con un gran lunar negro, con una chomba blanca
abierta casi hasta el ombligo, donde se veía un tatuaje de una sirena en el
pecho. Sucia, llena de sangre, pero lo más horrible de esa imagen, era ver que
no tenía piernas. Salía suspendido y con una mueca de espanto sin fin.
Despavoridos, sin nada que
llevarnos, huimos de aquel lugar. Lo único que alcanzamos a tomar fueron
nuestras mantas que nos habían dado confort mientras permanecimos quietos.
Allí quedaron todas nuestras
pertenencias, en especial la cámara digital que había sido testigo mudo del pánico
vivido.
MARIA
ESTER CORREA
18
DE AGOSTO DE 2011
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